lunes, 31 de agosto de 2015

HISTORIA, MITOS Y LEYENDAS


LEYENDA DE LOS TOROS

Se dice que el cerro de Santa Rosa (en las Proximidades de la estación del ferrocarril del Cerro de Pasco) muchos años atrás era un pajonal, donde los pastores emigraban con sus rebaños de vez en cuando. En una oportunidad se presentaron allí, sucesivamente tres gigantescos toros de filudas astas, uno de color blanco, otro de rojo fuego y el tercero negro carbón. El primero, escarbaba el suelo, emitía sonoros bufidos, al ver el segundo. Se enfrentaron en pelea salvaje.
Cuando este se alejó al ver al tercero coléricamente lo envistió y se queda dueño del pastizal. No permitía que humano o animal alguno se aproximara.
La noticia cundió en los lugares aledaños. Afanosos de cazarlos 30 jóvenes a pie y caballo, con palo, hondas, lanzas, y garrotes se dieron cita a Santa Rosa. Los cornúpedos al ver a la muchedumbre corrieron en diferentes direcciones y desaparecieron. El blanco enrumbó a Colquijirca, el negro por tras de los cerros de Paragsha y el rojo hacia Lourdes. La expedición los siguió y no pudo localizarlos. Pasó el tiempo y siguió indagando por los cornúpedos tiempo después en las mismas direcciones, se descubrieron las minas de Plata de Colquijirca, la de carbón de Goyllarisquizga y la de cobre y otros minerales de lourdes. Se supo entonces que los toros se habian convertido en minerales y que los caminos que siguieron en su destino se habían tomado en filones metálicos de igual especie, respetivamente. Así se originaron los yacimientos mas importantes de este departamento minero por excelencia.


LA LEYENDA DE LA VIRGEN TAPEÑA






Todo el mundo en general


a voces reina escogida,

diga que sois concebida

sin pecado original.

Recostado en uno de los gigantescos promontorios del bellísimo valle de Chaupihuaranga, está Tápuc., uno de los pueblos más hermosos de Pasco. Custodiado por el legendario cerro Chumbivilcas y circundado por eucaliptos, molles y retamas, los diligentes pobladores del lugar habitan sus viviendas de quincha y barro, agrupadas en cuatro barrios tradicionales: Kayao, Huaylas, Allauca e Inga.

Es el barrio Inga, donde hace muchos años vivía un matrimonio de apellido INKA, constituido por un noble creyente y trabajador campesino, su laboriosa mujer y una única hija, alegría y contento del hogar.

La niña de muy corta edad, piadosa y esforzada como pocas, ayudaba a su madre en la delicada atención de los sembríos y los animales de la casa, en la recolección de la leña para el hogar y, sobre todo, en el cotidiano acopio de agua para las necesidades diarias. Esta obligación la cumplía puntual y cotidianamente con los primeros rayos del alba, cuando pajarillos y gallos con sus trinos y cantos estrepitosos, saludaba a la mañana.

Un día en que aparecía el sol por el oriente, alegre y retozona, partió a cumplir su tarea diaria. Al prepararse para llenar su porongo en el puquial, quedó conmovida al oír un coro de dulces voces juveniles cantando himnos muy hermosos. En el mismo instante, una luz brillante y cegadora, fue envolviendo el ambiente. Cuando levantó los ojos, vio a una bellísima mujer, todavía joven, que flotando ingrávida por los aires, la contemplaba sonriente.

Blondos cabellos sueltos enmarcaban el atractivo rostro agareno y ovalado de cejas finas y arqueadas que guarnecían los ojos claros y muy vivos. Nariz delicada, labios delgados y encarnados, entreabiertos en una dulce sonrisa. Vestía una túnica blanquísima sobre la que flameaba un manto celeste como el cielo. Con las delicadas manos de dedos finos y alargados sobre el pecho, un pie sobre una luna de plata en cuarto menguante, aprisionaba fuertemente una serpiente que agónica efectuaba movimientos de estertor sin poder librarse de las sandalias de oro que la presionaban. La bella dama, circundada de un halo rutilante de esplendor, estaba rodeado de seis ángeles en figura de párvulos alados que portaban en sus manos, crisantemos, rosas, camelias, claveles, azucenas, jazmines, nardos, magnolias, azaleas, begonias, gladiolos, amapolas que emanaban aromas embriagadores. Sobre su cabeza una corona de doce refulgentes estrellas y, más arriba, manteniéndose en los aires, el Espíritu Santo en forma de paloma, lanzando exhalaciones de luz que alumbraban el cuerpo de la maravillosa aparición.
Sabe, hija mía –dijo con dulce acento la encantadora visión- yo soy María Virgen, madre de Dios verdadero. Quiero que aquí me construyan mi casa donde me mostraré piadosa madre contigo, con los tuyos y con mis devotos. Ve a tu casa y en mi nombre dile a tu padre que tengo particular deseo que me edifiquen un templo sobre este puquial. Cuéntale todo lo que has visto y oído y ve segura que agradecida te pagaré el cuidado y solicitud que pusieres…

Diciendo esto, la Madre de Dios, se elevó lentamente hacia los cielos perdiéndose más tarde entre extrañas nubes de arrebol y conmovedora música celestial.

Después de salir del éxtasis, dejando su porongo sumergido en el agua, la niña fue corriendo a su casa y emocionada relató a su padre todo lo que le había acontecido, poniendo especial énfasis en el mensaje.

Inicialmente no le creyó una sola palabra, pero fue tanta la insistencia y unción que puso la niña que emocionado porque la Virgen le hubiera elegido a él, decidió acatar la orden. Durante todo el día se ocupó de convocar a los vecinos y aquella misma noche, unidos todos en derredor del puquial de Tauripampa, rezando en devoto recogimiento, masticando coca y bebiendo sendos vasos de chichas de jora, esperaron la medianoche.

Justo en el minuto en que muere un día y nace el siguiente, unos fulgores arcanos fueron bajando lentamente del cielo iluminando como potentes reflectores los totorales del puquial. Invisibles coros de sublimes voces inundaban el ambiente justamente con la fragancia de miles de flores exóticas y bellas. Extasiados los tapeños, vieron la excelsa visión de la Reina de los Cielos aparecer fugazmente nimbada por una luz de extrañas transparencias y, luego de unos segundos, elevarse hacia el firmamento. De rodillas y conmovidos, hombres, mujeres y niños oraron reverentes con los ojos gachos y humedecidos. Cuando volvieron la mirada, vieron que la aparición se había materializado en una bella estatua entre los totorales.

Después de realizado el milagro, llevaron en procesión a la Virgen de la Inmaculada Concepción hasta Tapucruz, paraje ubicado en una frígida elevación al NO. de la población, donde habían construido el oratorio.

Al día siguiente, con la claridad del día, hombres y mujeres, llevando flores y velas, fueron a visitar a la Virgen a la ermita donde la habían dejado el día anterior. No la encontraron. Intrigados por la desaparición, se echaron a buscar con mucho empeño. No dejaron ni un resquicio sin escudriñar. Subieron a los cerros más agrestes y bajaron a los llanos más calientes sin encontrarla. La mañana siguiente fue hallada por la niña en los totorales de Tauripampa. En la suposición de que algunas personas pudieran haberla trasladado en la noche, la regresaron a su ermita. Y por segunda vez, aprovechando la oscuridad, la Virgen volvió al lugar donde había sido hallada. Cuando por tercera vez, la hicieron regresar a su capilla, juzgando que la Santa Madre era caprichosa al exigir la construcción de una ermita en el puquial; la inmaculada volvió a presentarse a la niña.
Veo hija mía, que mis devotos no quieren oír mi súplica.
No, mamita. Mi gente cree que estás mejor allá, en Tapucruz; es más seguro, por eso te han hecho tu capilla allá.
Yo no pedí eso, hija mía.
No, mamita, pero ellos creen que será imposible poder construir nada sobre el puquial.
Cuando se tiene fe y se quiere, todo se puede. Ve y dile a tu gente que haga lo que pido; caso contrario descargaré mi cólera sobre tu pueblo.

Fue suficiente.

Después de desecar el gran manantial de Tauripampa, erigieron la Iglesia en honor a la Virgen María Inmaculada Concepción, la que siempre derramó sus bendiciones sobre la tierra y las gentes tapeñas.


A partir de entonces. Ella es la matrona del pueblo de Tápuc, mismo que con gran fe celebra la fiesta patronal el 8 de diciembre de cada año.

PATARCOCHA (Leyenda)



Muy arriba del macizo andino del Perú, a casi cinco mil metros, donde el viento aúlla en el gélido imperio de las nieves en el que actualmente se halla enclavada la capital minera del Perú, vivió el venerable cacique Patar, jefe de la tribu de los Yauricochas, alternando el pastoreo con la caza y la incipiente minería.

La vida de su gente ha quedado grabada para siempre en los anales de la historia peruana; no sólo en los nombres que perviven en los pueblos, ríos, aldeas, ventisqueros, lagunas y numerosísimas minas, sino también en las memorables tradiciones de su noble e inextinguible raza.

Aquellos tiempos, cuando el brillo del imperio incaico declinaba, Patar, el patriarcal curaca, cargado de años y experiencias, sintió el acecho de la muerte en silencioso merodeo por su choza. Temeroso de que la parca lo sorprendiera en posesión de sus agüeros y sus sueños, convocó a toda su gente y con gran parsimonia las preparó para darles una dolorosa noticia. Su rostro, surcado por profundas arrugas, se contrajo en un rictus de odio y dolor. Su mirada era triste, su voz grave, y en aquel momento de íntima comunicación, comenzó diciendo:
Voy a morir siguiendo la marcha inexorable del sol de la vida. Siento que nuestros antepasados me llaman y yo tendré que obedecer. Sólo las piedras son eternas. Por esta razón los he reunido para mostrarles las profundas heridas de mi corazón. Escuchen estas que son mis postreras palabras para ustedes.

Aspiró con fuerza los escasos átomos de oxígeno del ambiente y aclarándose la voz cascada, continuó diciendo:
No olviden que nuestra “llacta” está rodeada de encarnizados rivales. Siempre será así. Al levante están los Panataguas ocupando la sofocante y misteriosa región del Rupa-Rupa; al poniente están los Huancho; al norte, los Yachas y los Chupachos; por el sur los Chinchaycochas; pero sobre todo –se mordió el labio inferior, reseco y bordeado de pobladísimas arrugas, con una ira intensa que por un momento le impidió hablar; luego, blandiendo su lanza adornada de flecos y colorines, tronó- ¡De allá del poniente, vendrán unos seres extraños y barbados que cegados por la codicia, abusarán de nuestra gente y se apoderarán de nuestras riquezas!. Ustedes conocen esos metales, uno como el sol, el ccori (oro), el otro como la nieve, ccolque (plata); las que enviamos a las lejanas tierras del inca. Esas riquezas se dan pródigas en nuestra “llacta”, lejos de hacernos felices labrarán nuestra desgracia y postración.

Los cansados ojos del cacique se inundaron de lágrimas de frustración.

Hubo de inmediato un prolongado silencio. Los hombres, estremecidos por la aciaga premonición, sólo atinaron a mirarlo transfigurado de dolor.
Nuestros hijos, nietos, y los nietos de nuestros nietos, serán como esclavos de estos extraños, por nevadas de nevadas, hasta que la noche de los tiempos nos cubra a todos.

Mudos de asombro, los hombres accediendo a su implorante pedido, dejaron solo al anciano. Éste, en su solitario encierro y a la espera liberadora de la muerte, se puso a llorar inconsolablemente de día y de noche, por la suerte que habrían de correr sus tierras y sus hombres. Tan copiosas fueron sus lágrimas, que llegaron a formar dos lagunas enormes. Estas lagunas, una para beber y otra para lavar, ubicadas en el corazón del Cerro de Pasco, llevan el nombre de Patarcocha, que quiere decir laguna de Patar.

EL ILLA 



El misterioso legajo que contiene la descripción de encantamientos, hechizos y sucesos extra normales, es y ha sido desde siempre, guardado con especial recogimiento por los viejos curacas lugareños. Dentro del envoltorio mágico del Garashipo (Antiguo códice lugareño) el lugar preferente está ocupado por el mágico poder del Illa. De él dicen sus custodios:

“En la brumosa hora que fluctúa entre la culminación de la noche y mágico instante del amanecer, aparece el illa. Los manantiales constituyen su escenario preferido. Los animales le ven claramente –los únicos que están facultados para ello- por eso el mugido de una vaca o el balido de una oveja, anuncian que está llegando”

“Es en ese momento propicio –dice le tradición– uno debe ir silenciosa y respetuosamente llevando un poco de sal en la mano izquierda para arrojarla sobre el manantial en el momento oportuno. En ese brevísimo instante, quieras o no, tú sentirás una fuerza de poder milagroso que, entrando por tu cabeza, se apodera de todo tu cuerpo, de tu “Yachag” o poder interior. Es el Illa”. -Afirma el “Garashipo”, código ancestral que contiene la sabiduría de nuestra raza-. Continúa con su explicación y remata: “Es la energía mágica que nos llega del cosmos para aumentar nuestra capacidad. Irrumpe en nuestra vida desde la oscuridad de la noche para ser la luz del día astral que nos iluminará poderosamente. Es el momento del nacimiento en que se sale de la paccarina o fuente matriz hacia la luz. Eso lo saben los viejos aunque no lo digan. Son madrugadores porque saben que el Illa llega con el Punchao, primeros rayos de sol que irrumpen en el momento que la noche deja su espacio al día. Esta es la razón porque nuestros viejos, para poder recibirlo, se levantan antes que el Punchao haga su aparición. Esa energía cósmica ayuda a reflexionar y captar mejor las enseñanzas del mundo. Por eso es que nuestros antepasados lo veneraron y ahora son los viejos los que guardan este culto”.

“Se recomienda -como hace milenios- que hay que esperar los primeros rayos con la mirada dirigida a las montañas donde emerge el sol. Cuando hace su aparición, se debe inclinar la cabeza, reverente. Por la parte superior del cráneo entrará una ráfaga de luminiscencia inigualable mediante la cual se obtendrá el conocimiento que es la iluminación, el saber. Es el Illa. Este es un ritual espiritual que nos enseña la humildad y el respeto a la vez”.

“Ese instante es sagrado. Al comienzo de la jornada, como una luz resplandeciente colmada de magníficos colores, alegrará nuestro espíritu en la mejor de las formas. Nuestras ideas serán más claras, nuestros proyectos más fáciles de realizar y nuestro entusiasmo se hará abrumador. Por eso el hecho de entrar en meditación es conocido con el nombre de, Illay, en quechua. En todo caso, el Illa debe sentir que tú lo estás recibiendo con afecto para que sea tu compañía y no tu prisionero”.

“La fuerza del Illay tiene tal magnitud, que todo lo que hagas estará coronado por el éxito. La ganadería se hará próspera y las enfermedades jamás visitaran a tus animales. Esos colosales poderes lograrán que tus animales estén protegidos por fuerzas vigorosas y desconocidas. Los ladrones jamás podrán arrebatarte tus pertenencias. Habrá mucha felicidad en tu casa. El Illa ha levantado una mágica coraza indestructible que hay que saber mantener con las buenas acciones diarias”.